Normalmente se suele discutir de qué color se van a pintar las paredes. En función de eso se compran los muebles de uno u otro color. Sin embargo, ¿no es más fácil decantarse primero por los muebles y luego por la pintura de las paredes? Está claro que es una opción que ofrece mucha más flexibilidad aunque no sea para nada fácil de tomar.
El dilema de los colores está siempre presente en el mundo de la decoración. La búsqueda de la combinación perfecta es como la búsqueda de ese tesoro que lleva cientos de años escondido en el fondo del mar. Los más conservadores nunca se atreven a innovar y los más atrevidos lo hacen y en ocasiones se arrepienten de su elección.
Lo primero que hay que hacer es fijarse en el color del suelo. Este sí que te será más difícil de cambiar, así que será el que podrá influir en tu decisión final. Si es de un tono bastante claro puedes apostar por unos muebles claros que no desentonen. Sin por el contrario es oscuro, lo más recomendable es comprar muebles que también sean oscuros, aunque no menos cierto es que con unos muebles claros se puede lograr un contraste muy acertado.
Lo que yo siempre recomiendo es apostar por colores beige o por el blanco. Son los que suelen quedar mejor y no restan nada de amplitud a las habitaciones. Además, tienen la ventaja de combinar con casi todos los colores que queramos utilizar para vestir la casa con complementos. Eso sí, en ningún caso hay que crear combinaciones que impliquen más de tres colores.
El negro es también un buen color para los muebles, aunque tiene una pega bastante importante: se llena de polvo muy fácilmente. Si eres una persona fanática de la limpieza mejor que te decantes por otro tono más vivo. Apostar por el azul, el rojo o el verde también puede darte buenos resultados, especialmente si en casa hay niños y puedes darle continuidad a todas las habitaciones conectando con el dormitorio de los más pequeños de la casa.